domingo, 12 de diciembre de 2010

Circo

No hay prodigios


en donde no hubo esperanza.


Magia o no magia


nunca fui capaz de conseguir que un conejo


saliese de la chistera.


Ni quise liberar palomas blancas


a las que pudiésemos desplumar


cuando nos acuciase el hambre


de uno y de otro.

viernes, 22 de octubre de 2010

tragos.

La tragedia empezó cuando ya no le hacían gracias los chistes. Cuanodo su carcajda se hizo grotesca y entre ambos se estableció una especie de tregua tácita, de aniquilamiento emocional. Me lo contaba cansada, con el pelo marrón mimetizado con la pared. La recuerdo bebiendo café amargo y con el esmalte de las uñas medioquitado, recreando, sin quererlo, el suicidio de su belleza. Luego, musitó, ya no hubo remedio: empezamos a decirnos palabras que se quedaban vacías, a dejar de tener ganas y a estar siempre aburridos. Siempre cansados. Siempre dormidos. Siempre llenando con sexos los vacíos que había cuando no salían palabras. Me hablaba de comunicación, de biología, psicología, citaba autores por citar, y en sus ojos turbios se veía a un dios menor perdido y temblroso. Agonizante. Siguió sollanzo durante unos miutos, haciendo apología de la maldad de él, de su paciencia infinita. Me comparaba conmigo entrecortadamente, como un modeo masculino lejano e imposible. Desde el otr lado e la mesa yo me lamentaba. Dos más dos no es cuatro. En su grimorio de pecados compartidos aparecían mil hombres, mil tentaciones y ninguno era yo. Y mira que me lo ganaba, que la agaunataba, que la cuidaba, que me contenía por las noches para no pensar en ella, para no ahcerla zafia y ordinaria. Para no hacerla una más. Yo la conocía desde siempre, desde la infancia y la adolescencia, desde mis primeros calentones a sus últimos sus menosprecios. La había querido, deseado y escuchado durante años, sin quejarme ni suspirar. Su vida me recordaba a una novela de fin de adolescencia, una de esas llenas de sexo, de historias, de pasiones burdas. No he hablado mucho con ella desde entonces. Después de aquel día ene l café la evité por los pasillaos. Por las calles, por los abres. Yo la quería perop me cansó. Amar implica cierta reprocididad antes de sucumbir. Yo me acostaba con ella cuando estaba triste porque ella necesita algo que la llenara para que dejase de estar vacía. Me terminé conociendo sus lunares, recovecos, protuberancias y sonrisas. Me la sabía entera. Lección aprendida tras lección aprendida. Le decia que la quería mientras se escabullía para marcharse a otra cama. Como me fascinaba su pornografía emocional, no me importaba. Claro, no importaba hasta que me cansé de repararla y empecé a necesitar que me arreglaran amí. Chapa y pintura pra dolidos perdedores.
Después de aquella conversación en la que yo no colaboraba, fuimos a su casa a comernos lo que quedaba de nosotros. agocitarnos palmo tras palmo. Por última vez. Yo lo sabía y ella lo sabía. Nuestra comedia había terminado.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Gramática de Lejana

Ya no son. Se habían divido en él y ella y se miraban desde cada lado de la mesa como dos desconocidos que no saben qué decir. Que se han dicho demasiado y han agotado un diccionario limitado. Ya no existía la segunda persona del plural y era algo que les costaba aceptar. Ellos, que habían escrito su vida en presente y futuro, que crearon en pretérito perfecto simple de indicativo un pasado precioso, se encontraban en el supuesto de un subjuntivo. Sin saber qué hacer, sin saber qué decir. Sin saber en qué tiempo hablar. Y es que el si hubiera no debería de existir en la gramática de las personas.

Mírales, qué lejos están de tantas fotos y tantas ilusiones. Se despiden de ellos mismos con la cabeza alta, y la mirada cristalina, dejándose las oraciones a la mitad. Ella no sonríe, pero él quiere decir adiós de la mejor manera. Sigue siendo condenadamente guapa, piensa, la mujer más bella que hay sobre la tierra. A la que nunca querrán como lo hice yo. Pero ya no es ella, o al menos no la ella de la que se enamoró a los veinte años. Porque ya no es la diosa que llenaba su vida. Ahora es esa clase de ídolo pagano a la que le faltan los brazos y se queda con la mirada perdida, la belleza eterna y el torso desnudo. Porque las Venus de Milo necesitan amor para ser hermosas, porque sin amor no tienen vida. Son sólo piedra y belleza. Nada más. Hace mucho que dejaron que las enredaderas comieran la roca. Y recuerdan con nostalgia, mientras se despiden sin palabras frente a un café, el tiempo en que se querían para siempre y se reían sin necesidad de razón. Sólo estando uno al lado del otro, como si tuvieran quince años y el amor acabase de llamar a su puerta.

Ella siempre le recordará como aquel chico que contaba historias de países exóticos que llenaban de colores las aceras grises de la ciudad triste. O aquel día en que le habló de la chica rubia, guapa y pizpireta que le habían asignado de compañera de trabajo. La adoraba y la había visto dos días. Ella escucho con atención, y supo entonces que le había perdido. Pero no lo quiso decir en voz alta, no se fuese la esperanza para siempre. Qué ingenua, cielo, qué ingenua. Se habían perdido mutuamente. Ahora él ya no le cuenta nada, y a lo mejor ella quiere saber menos.

Porque ya no son. Fueron. Pretérito perfecto simple de indicativo. No les queda nada. No les queda ni los granos de azúcar que se han salido del sobre y que el toma, yema contra madera, sin decir una palabra. Ni un disculpa, ni lo siento, ni fue mi error, ni fue el tuyo.

Se quieren. Pero no es suficiente. Nunca más volverán a estar juntos haciendo equilibrios sobre el tejado. Nunca más serán presente, ni siquiera estarán en subjuntivo. Se pasarán la vida escribiendo la gramática de su lejanía. Por fin saben qué son las frases sin nexos. Sustantivos de segunda fila subordinados a un primero. No son verbos, ni nunca los serán. Porque no tienen presente, ni condición del condicional, y si no hay presente no hay futuro. Él y ella. Fueron. Han sido.

Así que cuando él se levanta y paga lo suyo - porque ya no son dos. Y dos no es igual a uno más uno - ella no puede evitar suspirar mientras se traga sus lágrimas y saca el orgullo.

Pretérito perfecto simple de indicativo, yo ya lo he dicho.



(Publicado en Delicias al Día, 2009)

jueves, 3 de junio de 2010

2. El día en que Laura descubrió el helado de macadamia.





Hacía un calor insufrible – como todos los calores que se insufren en Valencia – y era tarde. Muy tarde. Alguien jugaba la play en el salón de su casa, y otro alguien dormitaba a su lado en el sofá. Habían cenado pizza. Laura estaba sentada en pijama en el sofá, como si fuera una jefa india – Peter Pan siempre, Cosa – y sobre la mesa quedaba un poco de helado. Laura lo miró. Posiblemente pensaría que no iba a ser granizado de limón, lo miraría con recelo, con ese mismo recelo que siente laura hacia las cosas dulces. ¿Pero qué más daba? Debía aprovechar las excusas que el mundo le daba -como que hacía calor, como alguien jugaba la play y el turno no le llegaba y e el sitio de la lado yo dormía, - lo probó. Bien, vale, no se arrepentía.

Y ahora cosa, vete al caralibro :O
http://www.facebook.com/irene.diezlloris#!/photo.php?pid=1320557&id=1357877676

sábado, 1 de mayo de 2010


Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar porque eres tan chico, pero quiero decir que Horacio llegará en seguida. ¿ Le dejo leer mi carta para que él también te diga alguna cosa ? No, yo tampoco querría que nadie leyera una carta que es solamente para mí. Un gran secreto entre los dos, Rocamadour. Ya no lloro más, estoy contenta, pero es tan difícil entender las cosas, necesito tanto tiempo para entender un poco eso que Horacio y los otros entienden en seguida, pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo tenerte conmigo, darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o jugar, no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que no te puedo tener conmigo, que es malo para los dos, que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que él busca y que también buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también buscarás como un gran tonto.

Es así, Rocamadour: En París somos como hongos crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que Horacio fabrica esculturas. Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en lo que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado, debajo hay pelusas y libros, Horacio se duerme y el libro va a parar abajo de la cama, hay peleas terribles porque los libros no aparecen y Horacio cree que se los ha robado Ossip, hasta que un día aparecen y nos reímos, y casi no hay sitio para poner nada, ni siquiera otro par de zapatos, Rocamadour, para poner una palangana en el suelo hay que sacar el tocadiscos, pero donde ponerlo si la mesa está llena de libros. Yo no te podría tener aquí, aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte, te golpearías contra las paredes. Cuando pienso en eso me pongo a llorar, Horacio no entiende, cree que soy mala, que hago mal en no traerte, aunque sé que no te aguantaría mucho tiempo. Nadie se aguanta aquí mucho tiempo, ni siquiera tú y yo, hay que vivir combatiéndose, es la ley, la única manera que vale la pena pero duele, Rocamadour, y es sucio y amargo, a ti no te gustaría, tú que ves a veces los corderitos en el campo, o que oyes los pájaros parados en la veleta de la casa. Horacio me trata de sentimental, me trata de materialista, me trata de todo porque no te traigo o porque quiero traerte, porque renuncio, porque quiero ir a verte, porque de golpe comprendo que no puedo ir, porque soy capaz de caminar una hora bajo el agua si en algún barrio que no conozco pasan Potemkin y hay que verlo aunque se caiga el mundo, Rocamadour, porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de la madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer. No me da la gana de ir, Rocamadour, y tú sabes que está bien y no estás triste. Horacio tiene razón, no me importa nada de ti a veces, y creo que eso me lo agradecerás un día cuando comprendas, cuando veas que valía la pena que yo fuera como soy. Pero lloro lo mismo, Rocamadour, me equivoco, porque a lo mejor soy mala o estoy enferma o un poco idiota, no mucho, un poco pero eso es terrible, la sola idea me da cólicos, tengo completamente metidos para adentro los dedos de los pies, voy a reventar los zapatos si no me los saco, y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete ...


CORTÁZAR, Rayuela, 32.