lunes, 14 de mayo de 2012

El cíclo artúrico


Yo que desdento las semanas y enhorco días, 
me voy a desmembrar en los meses y a hilvanar en los años.

Llámenme generación perdida. 




domingo, 25 de marzo de 2012

Felipe I, el Intruso.

El tumor de mi padre se llama Felipe. Felipe I el Intruso, le digo. Es broma, comento y reímos con risa de lata. Enltada en lata de Campbel, en lata colorida, en lata de primavera delatada en su adelanto. Primavera enferma: no es tiempo para que abran, para enseñar tripas y que se sequen al sol. Le abrirán la piel a mi padre, la tela fina que nos protejo del mundo, se la abrirán y extraerán el órgano, y el órgano lo pondremos en una iglesia, en una altar en un pequeño mauseleo, para adorarle, a Felipe I, el Intruso, para decirle: estás mejor, mucho mejor fuera que dentro. Vade retro. Quieto ahí. Y si quieres volver, avisa. Pero es que él, incluso malvado, él arañándonos la vida a mi padre y a mí y a mi madre - con esos ojos, y esas garras que tiene qu etener en alguna parte, ese olor mar y muerte de su aliento de cangrejo -. es todavía parte de nosotros, es algo que está aquí, es el tío que nadie quiere, la vieja vecina loca, el amigo drogata, el realismo sucio, y no vale sólo con extirparlo, no vale con contar batallitas, no vale con llamadas de teléfono y con asegurarle al perfecto desconocido que escucha tu historia que las cosas van estar bien, porque no están bien, no con Felipe aquí, que s eha cosido a nuestra vida como un tatuaje doloroso y feo. Absurda historia teatral la de Felipe, cuyo noombre no tiene sentido, pudiendo haber sido Alfredo, o Tomas o Enrique. Quizá sea una maligno monárquico, quizá sea falangista, quizá s ala Triple Entente esperando el ataque, quizá todo el amor que le ha faltado a mi padre, quizá sea sólo sucio en las ecografías.... ojalá, ¿no?, que sea sucio, un borrón, una mancha... que cuando abran se deshaga... como una pompa.... que explote... que sea vómito hecho con sopa de guisantes... que sea, que sé yo, que sea cualquier otra cosa, pero que no sea un fantasma entre nosotros, que no sea algo tan nuestro, que no tenga nombre... algo que no guardemos en una lata.... que no sea Felipe, , príncipe de bella durmiente, arcaico, doliente, trágico.... Felipe, intruso: rey tirano...

miércoles, 22 de febrero de 2012

Nietzsche y Cervantes.

Si Nietzsche y Cervantes se hubiesen encontrado en un café jamás hubiesen sido amigos. El uno rendido y el otro vencido, hubiesen sido esa clase de individuos que se hubiesen ignorando entre ellos como les ignoraban sus contemporáneas. Don Miguel se hubiese mantenido absorto, leyendo sus novelas desfasadas, y Nietzsche hubiese vociferado absenta en mano en una esquina de la barra. Si Nietzsche y Cervantes se hubiesen conocido, tendría sentido aplicar al Quijote el término nihilista, pero ahora sólo podemos decir que al final, don Alonso Quijano, se agotó, se cansó, se desgastaron sus sueños y sin sueños se quedó sin vida. Pero eso, eso exactamente, eso no es ser nihilista, claro que no. Si Nietzsche y Cervantes hubiesen compartido camino, no hubiesen llegado nunca a su destino. Se habrían perdido en algún burdel, uno con toda su buena fe, otro con todas sus ansias, y a continuación se hubiesen emborrachado antes de coserse el rostro con puñales. Si Nietzsche y Cervantes fuesen homosexuales se habrían enamorado el uno de lo otro. Friedrich del constante drama en que su compañero – su amigo, su amante – estaba metido, de su abnegada lucha, de su supervivencia lastrada. Se habría enamorado del superhombre anacrónico y habría abandonado sus desiertos y sus camellos, sus leones y sus niños. Y el otro, el español, habría dejado vencer su otro brazo, habría dejado sus plumas, habría dejado a su mujer, a sus hija, a sus hermanas, a su vida llena de patrañas, triste, falta de reconocimiento, seca como las venas de España. Habría dejado los sueños, los caballeros, los escuderos y hubiese hecho de sus gigantes, molinos de viento.

lunes, 6 de febrero de 2012

Cangrejos de río en verano

Pienso en cangrejos de río. Creo que es porque la casa huele a tomate frito, pero no lo sé. Pienso en cangrejos de río y en mi abuelo, y en cómo las tardes de julio las pasábamos junto a las acequias, cogiendo cangrejos. Rojo, me gustaba colgármelos del jersey, hasta que un día me pellizcó uno y me hizo sangre. Dejé entonces de ir a coger cangrejos de río con mi abuelo, aunque siempre íbamos a buscar setas de cardo y a ver el vuelo bajo de las avutardas.
Pienso en contarle a alguien a esto, pero no hay nadie disponible. Están los de exámenes, están los amigos distantes, y los amores estos que me ha dado por coleccionar. Uno no entendería el poder evocador de los olores e intentaría racionalizarlo, tendría que explicárselo todo, hasta que lo entendiera, y entonces ya no tendría sentido que seguir hablando. El otro, llevaría la broma hasta el extremo y tendría que pedirle que parase, que se agotó la gracia. Luego, quedaríamos para vernos en la cama. Supongo que mañana. El tercero, citaría algún poema de un poeta postista desconocido y terminaríamos hablando de amor y literatura, enamorándonos de lo que no somos ni queremos ser.
Quizá, pienso, de nuevo recordando los cielos azules del verano y los cangrejos en cazuela de barro, quizá aquel hombre que me pedía labios por baqueta, quizá, hubiese sabido apreciarlo. Quizá, una canción en mi nombre, llamada Cangrejos de río en verano.