sábado, 18 de septiembre de 2010

Gramática de Lejana

Ya no son. Se habían divido en él y ella y se miraban desde cada lado de la mesa como dos desconocidos que no saben qué decir. Que se han dicho demasiado y han agotado un diccionario limitado. Ya no existía la segunda persona del plural y era algo que les costaba aceptar. Ellos, que habían escrito su vida en presente y futuro, que crearon en pretérito perfecto simple de indicativo un pasado precioso, se encontraban en el supuesto de un subjuntivo. Sin saber qué hacer, sin saber qué decir. Sin saber en qué tiempo hablar. Y es que el si hubiera no debería de existir en la gramática de las personas.

Mírales, qué lejos están de tantas fotos y tantas ilusiones. Se despiden de ellos mismos con la cabeza alta, y la mirada cristalina, dejándose las oraciones a la mitad. Ella no sonríe, pero él quiere decir adiós de la mejor manera. Sigue siendo condenadamente guapa, piensa, la mujer más bella que hay sobre la tierra. A la que nunca querrán como lo hice yo. Pero ya no es ella, o al menos no la ella de la que se enamoró a los veinte años. Porque ya no es la diosa que llenaba su vida. Ahora es esa clase de ídolo pagano a la que le faltan los brazos y se queda con la mirada perdida, la belleza eterna y el torso desnudo. Porque las Venus de Milo necesitan amor para ser hermosas, porque sin amor no tienen vida. Son sólo piedra y belleza. Nada más. Hace mucho que dejaron que las enredaderas comieran la roca. Y recuerdan con nostalgia, mientras se despiden sin palabras frente a un café, el tiempo en que se querían para siempre y se reían sin necesidad de razón. Sólo estando uno al lado del otro, como si tuvieran quince años y el amor acabase de llamar a su puerta.

Ella siempre le recordará como aquel chico que contaba historias de países exóticos que llenaban de colores las aceras grises de la ciudad triste. O aquel día en que le habló de la chica rubia, guapa y pizpireta que le habían asignado de compañera de trabajo. La adoraba y la había visto dos días. Ella escucho con atención, y supo entonces que le había perdido. Pero no lo quiso decir en voz alta, no se fuese la esperanza para siempre. Qué ingenua, cielo, qué ingenua. Se habían perdido mutuamente. Ahora él ya no le cuenta nada, y a lo mejor ella quiere saber menos.

Porque ya no son. Fueron. Pretérito perfecto simple de indicativo. No les queda nada. No les queda ni los granos de azúcar que se han salido del sobre y que el toma, yema contra madera, sin decir una palabra. Ni un disculpa, ni lo siento, ni fue mi error, ni fue el tuyo.

Se quieren. Pero no es suficiente. Nunca más volverán a estar juntos haciendo equilibrios sobre el tejado. Nunca más serán presente, ni siquiera estarán en subjuntivo. Se pasarán la vida escribiendo la gramática de su lejanía. Por fin saben qué son las frases sin nexos. Sustantivos de segunda fila subordinados a un primero. No son verbos, ni nunca los serán. Porque no tienen presente, ni condición del condicional, y si no hay presente no hay futuro. Él y ella. Fueron. Han sido.

Así que cuando él se levanta y paga lo suyo - porque ya no son dos. Y dos no es igual a uno más uno - ella no puede evitar suspirar mientras se traga sus lágrimas y saca el orgullo.

Pretérito perfecto simple de indicativo, yo ya lo he dicho.



(Publicado en Delicias al Día, 2009)

1 comentario:

penelope dijo...

Algo fantástico es la Literatura. Con que facilidad se cuentan cosas tan cotidianas como esta "Gramática lejana".Verdaderamente genial. Todos los sentidos al aire. Maravilloso.