miércoles, 22 de febrero de 2012

Nietzsche y Cervantes.

Si Nietzsche y Cervantes se hubiesen encontrado en un café jamás hubiesen sido amigos. El uno rendido y el otro vencido, hubiesen sido esa clase de individuos que se hubiesen ignorando entre ellos como les ignoraban sus contemporáneas. Don Miguel se hubiese mantenido absorto, leyendo sus novelas desfasadas, y Nietzsche hubiese vociferado absenta en mano en una esquina de la barra. Si Nietzsche y Cervantes se hubiesen conocido, tendría sentido aplicar al Quijote el término nihilista, pero ahora sólo podemos decir que al final, don Alonso Quijano, se agotó, se cansó, se desgastaron sus sueños y sin sueños se quedó sin vida. Pero eso, eso exactamente, eso no es ser nihilista, claro que no. Si Nietzsche y Cervantes hubiesen compartido camino, no hubiesen llegado nunca a su destino. Se habrían perdido en algún burdel, uno con toda su buena fe, otro con todas sus ansias, y a continuación se hubiesen emborrachado antes de coserse el rostro con puñales. Si Nietzsche y Cervantes fuesen homosexuales se habrían enamorado el uno de lo otro. Friedrich del constante drama en que su compañero – su amigo, su amante – estaba metido, de su abnegada lucha, de su supervivencia lastrada. Se habría enamorado del superhombre anacrónico y habría abandonado sus desiertos y sus camellos, sus leones y sus niños. Y el otro, el español, habría dejado vencer su otro brazo, habría dejado sus plumas, habría dejado a su mujer, a sus hija, a sus hermanas, a su vida llena de patrañas, triste, falta de reconocimiento, seca como las venas de España. Habría dejado los sueños, los caballeros, los escuderos y hubiese hecho de sus gigantes, molinos de viento.

2 comentarios:

Pine Apple dijo...

¿Y si nos lo tomamos tú y yo?:P

McGregor dijo...

Todo se resume en esto: la absenta es la clave. ¡Siempre! Dicho esto... Una reflexión impecable, un contraste magnífico entre dos formas de ver la vida y... ¡Qué coño! ¡Un elogio a la impetuosidad castiza!